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La historia

 

Salió de su casa antes de que amaneciera. Había ya transcurrido un año desde que lo conoció y quería contemplar de nuevo el escenario de su despedida, ver una vez más con ojos lacrimosos el camino por el que partió.

Andaba presurosa por la Rambla Nova de Tarragona. A su derecha e izquierda todavía seguían presentes los vestigios de una guerra recién terminada, algunos solares llenos de escombros y fachadas heridas por la metralla.

Rememoraba aquel día en que tres tanquetas aparecieron por la carretera de Valls. Hacia la Tabacalera, junto al puente del Francolí, se oía un fuerte tiroteo. Cerrando los ojos, podía aún escuchar el estruendo de un cañón antiaéreo que posicionaron cerca de su casa cuando disparaba tiros rasantes hacía allí, por encima de las tanquetas que avanzaban raudas hacia el enemigo.

En el momento en que los combates se desplazaron en dirección al Serrallo, su calle ya estaba completamente ocupada por soldados, camiones y pertrechos y muchos paisanos que imploraban alimentos.

En tanto que deambulaba entre aquella muchedumbre, apareció él, un apuesto oficial que viajaba en un coche negro, conducido por un niño soldado que vestía una guerrera militar completamente empapada de sangre. Lloroso, el hombre intentaba consolarle mientras limpiaba sin éxito sus ropas con unas hojas de periódico.

Se compadeció de su desventura y los invitó a subir a su casa a lavarse.

Recordaba que al verlo, un relámpago de luz obnubiló su mente, y sus ojos quedaron ciegos unos instantes. Cada vez que pensaba en él su corazón se aceleraba y sus sienes le palpitaban.

Ensimismada en estos recuerdos, llegó hasta el Passeig de les Palmeres, se acercó a la barandilla y contempló un mar todavía oscuro. Unos guardias de asalto habían emplazado una ametralladora en el Fortí de la Reina y disparaban contra los soldados que transitaban por el paseo, mientras unas tanquetas entraban en la estación del ferrocarril y avanzaban hacia ellos por las vías con el objetivo de desalojarlos.

Ella iba sentada junto al hombre y al niño en su coche negro, y podía escuchar los silbidos de las balas que pasaban sobre sus cabezas.

Caminaba despacio, reviviendo aquellas sensaciones.

Al llegar ante las ruinas del Garaje Panadés se detuvo. Dicen que debido a uno de los disparos con los que el crucero Canarias pretendía bombardear la vía férrea.

La carretera de Barcelona describe una curva y en suave pendiente se pierde en la lejanía. Por aquel camino partió el coche negro, y con él aquel hombre.

Recordaba sus últimas palabras, que la esperase, que cuando terminara la guerra regresaría.

Esperó un rato, con el corazón sobresaltado cada vez que veía acercarse los faros de un coche.

A su derecha sobre el mar, en el lejano horizonte, la diosa Aurora anunciaba el comienzo de un nuevo día, a medida que con su Luz rasgaba las Tinieblas.

Cantaba una canción que le gustaba: la Canción de Solveig.

 

Puede pasar el invierno y desaparecer la primavera,
desaparecer la primavera,
el verano también se irá y después el año entero.
Pero lo que sé seguro es que volverás de nuevo,
volverás otra vez
y que como prometí entonces me encontrarás esperándote,
me encontrarás esperándote.
Oh oh oh…

 

 

¿Crees que es posible un amor a primera vista? ¿Es posible que una muchacha viuda, que perdió a su esposo en el frente, se enamore de un oficial enemigo?

¿Qué vio de especial aquella muchacha en aquel hombre desconocido y misterioso, que viajaba en un coche negro conducido por un niño del que no conocía siquiera su nombre?

Había pasado ya un año desde la despedida, muchos meses desde que terminó la guerra, y aquel hombre no había regresado. Quizá había muerto en combate, quizá la había olvidado.

Es evidente que sabemos el final de esta historia, pero esperaremos a que Anita la cuente entera y con detalle. Nos enseñará que las guerras entre Humanos son terribles, pero incluso en los momentos más trágicos triunfan los buenos sentimientos.